Alejadro Domínguez López quiere convertir en museo una extraordinaria casona rehabilitada
FRANCISCO JOSÉ NEGRETE/ALBURQUERQUE
Alejandro Domínguez López vive en Alburquerque desde el año 2003, cuando
llegó para hacer una inversión extraordinaria en una gran casona medio
arruinada de la calle Duque, que espera convertir en museo.
Nacido en Orense el 27 de marzo de 1954, sus padres, gallegos, se trasladaron a Extremadura en los años 60 para trabajar en el denominado Plan Badajoz. Y desde entonces Alejandro vivió siempre en la capital pacense donde regentó un pub, una zapatería, un almacén de curtido de pieles y, finalmente, otro almacén de venta al por mayor de artículos de pesca.
Su primer contacto con Alburquerque se produjo cuando supo por una noticia publicada en este periódico que se estaba haciendo una reforma en el viejo convento de San Andrés, antiguo centro cultural, y deseaba adquirir elementos antiguos que hubieran aparecido. Desde siempre le habían gustado las antigüedades y especialmente «los hierros», como él mismo les llama. Posteriormente, paseó mucho por la Villa Adentro y otros lugares del pueblo y fue a encontrarse con Juan Castaño, propietario de una casa etnográfica en el casco histórico. Ambos cambiaron impresiones acerca de las antigüedades que poseen y sería Castaño quien le encontró el inmueble que adquirió en la calle Duque en el año 2003.
«Estaba totalmente en ruinas», cuenta Alejandro, circunstancia por la cual otros habían desechado su compra. Pero él se enamoró de la arquitectura de la casona y el patio que tiene, que su actual dueño consedera «maravilloso».
A medida que iban avanzando las obras y se iba eliminando la cal de las paredes, las puertas y el techo, bajo ellas aparecían auténticas joyas arquitectónicas construidas en piedra y ladrillo. Entonces, el comprador de aquella casa gigantesca que nadie quería se fue dando cuenta de que aquello era un auténtico palacio.
No en vano, en la puerta de entrada puede leerse la inscripción IHS, armas de devoción que significan Jesús salvador y que sólo se encuentran en cuatro o cinco viviendas de Alburquerque. Después supo que era un palacio del siglo XVII que debió pertenecer a gente adinerada. En su rehabilitación, en la que el mismo trabajó, se gastó más de 180.000 euros, sin subvención alguna, el esfuerzo de toda una vida. Para conseguirlo tuvo que vender su piso de Badajoz y un apartamento en Huelva, pero sigue conservando también otra casa en la Villa Adentro.
Le gustaría abrirlo al público como museo, incluso piensa varias salas: una dedicada a Aurelio Cabrera, otra con las antigüedades de Juan Castaño y una tercera con sus propias antigüedades. Som embargo, la inversión para su mantenimiento es muy elevada.
Nacido en Orense el 27 de marzo de 1954, sus padres, gallegos, se trasladaron a Extremadura en los años 60 para trabajar en el denominado Plan Badajoz. Y desde entonces Alejandro vivió siempre en la capital pacense donde regentó un pub, una zapatería, un almacén de curtido de pieles y, finalmente, otro almacén de venta al por mayor de artículos de pesca.
Su primer contacto con Alburquerque se produjo cuando supo por una noticia publicada en este periódico que se estaba haciendo una reforma en el viejo convento de San Andrés, antiguo centro cultural, y deseaba adquirir elementos antiguos que hubieran aparecido. Desde siempre le habían gustado las antigüedades y especialmente «los hierros», como él mismo les llama. Posteriormente, paseó mucho por la Villa Adentro y otros lugares del pueblo y fue a encontrarse con Juan Castaño, propietario de una casa etnográfica en el casco histórico. Ambos cambiaron impresiones acerca de las antigüedades que poseen y sería Castaño quien le encontró el inmueble que adquirió en la calle Duque en el año 2003.
«Estaba totalmente en ruinas», cuenta Alejandro, circunstancia por la cual otros habían desechado su compra. Pero él se enamoró de la arquitectura de la casona y el patio que tiene, que su actual dueño consedera «maravilloso».
A medida que iban avanzando las obras y se iba eliminando la cal de las paredes, las puertas y el techo, bajo ellas aparecían auténticas joyas arquitectónicas construidas en piedra y ladrillo. Entonces, el comprador de aquella casa gigantesca que nadie quería se fue dando cuenta de que aquello era un auténtico palacio.
No en vano, en la puerta de entrada puede leerse la inscripción IHS, armas de devoción que significan Jesús salvador y que sólo se encuentran en cuatro o cinco viviendas de Alburquerque. Después supo que era un palacio del siglo XVII que debió pertenecer a gente adinerada. En su rehabilitación, en la que el mismo trabajó, se gastó más de 180.000 euros, sin subvención alguna, el esfuerzo de toda una vida. Para conseguirlo tuvo que vender su piso de Badajoz y un apartamento en Huelva, pero sigue conservando también otra casa en la Villa Adentro.
Le gustaría abrirlo al público como museo, incluso piensa varias salas: una dedicada a Aurelio Cabrera, otra con las antigüedades de Juan Castaño y una tercera con sus propias antigüedades. Som embargo, la inversión para su mantenimiento es muy elevada.
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