MARCA DE GANADO
El marcar al ganado ha tenido, en el mundo preindustrial, varios
motivos. El primero, quizás, es el de testimoniar la propiedad del
animal mediante una huella que no se pueda borrar. Con ello se reducía
la posibilidad de robo del mismo, si bien no se eliminaba totalmente, ya
que podía ser sustraído para consumir su carne. Por otro lado, la
necesidad de separar con facilidad los ejemplares propios de un rebaño
compuesto por animales de varios propietarios (pensemos en los de ovejas
trashumantes) era fundamental.
Las marcas del ganado se han hecho con fuego –sobre la piel, las
pezuñas o las astas– con hierros de distinto tamaño. También el recurso a
los cortes, sobre todo en las orejas, ha sido y sigue siendo una
constante. Las señales con almagre o con pez también han estado muy
extendidas a pesar de los contratiempos que tenían las segundas para la
lana. A todos ellos se han ido añadiendo últimamente la colocación de
apliques de cuero, metal, madera o plástico (A. Sánchez Belda, 1981:
95-189). En cuanto a la antigüedad de este tipo de prácticas basta
remitir a la iconografía de caballos –en los Beatos hispanos, de época
medieval– con marcas dibujadas en las ancas o, como recuerda Sánchez
Belda –-p. 95–, a la legislación sobre la obligatoriedad de marcar,
herrar y señalar al ganado en época de los Reyes Católicos, dictada
concretamente en 1499.
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